martes, 17 de enero de 2017

SHIN - Dejar que el joven madure

  Un hombre rico que organizaba peleas confió a un maestro de artes marciales el adiestramiento de un joven prometedor, que parecía dotado y combativo. El hombre esperaba pues un adiestramiento rápido... y no comprendía verdaderamente que tres meses después de su comienzo aún no hubiera tenido ninguna noticia del progreso de su campeón. Decidió ir en persona a ver al maestro para preguntarle si el chico estaba listo.

- ¡Oh no, señor, aún le queda mucho para madurar. Todavía es muy orgulloso y colérico, no tiene auto-control - respondió el maestro.

Pasaron tres meses más. El hombre, impaciente, fue de nuevo a ver al maestro para informarse.

- El muchacho ha hecho algunos progresos, señor, pero aún no está preparado ya que reacciona en el momento mismo en el que - siente la presencia de un oponente -le explicó el maestro.

  Otros tres meses más tarde, el hombre rico, irritado ya de tanto esperar, fue a buscar al joven para echarlo a pelear. El maestro se interpuso y le explicó:

- Aún es demasiado pronto. El chico no ha perdido completamente su deseo de pelear y su ímpetu se manifiesta siempre.

 El rico padrino no comprendía muy bien lo que desvariaba aquel viejo. La vitalidad y el ímpetu del joven eran precisamente la garantía de su eficacia. Pero, en fin, como aquel maestro era el más famoso de todo el reino, confió en él a pesar de todo y continuó esperando.

 De nuevo tres meses pasaron. La paciencia del hombre estaba a punto de estallar. Esta vez, estaba decidido a poner punto final al adiestramiento. Hizo venir al maestro y se lo anunció con un tono que traicionaba su mal humor. El viejo maestro tornó la palabra sonriendo y dijo:

- De todas maneras el chico ya está casi maduro. En efecto, cuando está frente a los demás luchadores no reacciona, permanece indiferente a las provocaciones, inmóvil como si fuera de madera. Sus cualidades están ahora sólidamente enraizadas en él y su fuerza interior se ha desarrollado considerablemente.

  Efectivamente, cuando el hombre quiso echarlo a pelear ningún otro luchador estaba visiblemente a la talla de pelear contra él. Además ni siquiera se arriesgaban, ya que se retiraban del combate desde el momento en que lo veían.