A principios del siglo XX un occidental decidió aprender el Judo porque le parecía el método de combate más efectivo. Comenzó pues a seguir las clases con
un renombrado maestro japonés.
Pero su
sorpresa fue muy grande cuando al cabo de la tercera clase aún no había aprendido ninguna
técnica de combate. Solamente había practicado algunas posturas y desplazamientos. Al
finalizar la clase decidió hablar con el maestro.
- Maestro! Desde que estoy aquí no he echo nada que se parezca a ejercicios de lucha.
- Le ruego que se siente! Declaró el maestro.
El alumno se sentó negligentemente sobre el Tatami. El maestro se sentó frente a él.
- ¿Cuándo empezará usted a enseñarme técnicas de Judo?
El maestro sonrió y preguntó: ¿Está usted bien sentado?
- No se… ¿hay una buena manera de sentarse?
El maestro indicó con la mano la manera en la que él estaba sentado, con
la espalda bien derecha, la cabeza en la prolongación de la columna
vertebral.
- Pero oiga! Respondió el alumno, no he venido aquí para aprender a sentarme.
-
Lo sé! Dijo pacientemente el maestro. Usted quiere aprender a
luchar. Pero, ¿cómo puede luchar si no busca el equilibrio?
- Realmente no veo la relación entre el hecho de sentarme y el combate.
-
Si usted no puede estar en equilibrio cuando está sentado, es decir, en
la actitud más simple, ¿cómo quiere usted mantener el equilibrio en un combate de Judo o en todas las circunstancias de la vida?
En
ese momento acercándose a su alumno, aún perplejo, el maestro le empujó
ligeramente. El alumno cayó de espaldas. El maestro, sentado en Seiza, le
pidió entonces que intentara hacer lo mismo con él. El alumno empujó
primero con timidez con una mano, después empujó con las dos y
finalmente con el vigor de todo el cuerpo… sin conseguir nada. De repente
el maestro se echó ligeramente a un lado, con un hábil Tai-sabaki, y el alumno cayó todo lo
largo hacia delante sobre el tatami.
El maestro sonrió y dijo: