El anciano maestro
Hacía ya algún tiempo que un experto luchador se había instalado en un pequeño pueblo aislado, y comenzaba a sentirse a sus anchas ya que el miedo que inspiraba a los lugareños le permitía convertirse en el “señor” del lugar.
Lo que más apreciaba por encima de todo, era ver que nadie osaba enfrentarse a él ni cruzarse en su camino. Pero llegó un día en que un anciano de larga y blanca barba no le cedió el paso y continuó su camino justo delante de él.
Fiel a su terrible imagen, el experto artista marcial intentó empujar al viejo, pero su cuerpo se encontró con el vacío, ya que el anciano había esquivado el empujón con un hábil Tai-sabaki. Furioso, el luchador se abalanzó sobre el anciano y comenzó a golpearle; en medio de la pelea el anciano intentaba torpemente parar los golpes. Lo único que consiguió fue golpear levemente el cuerpo del luchador.
Pero no era un contrincante digno para él y pronto el anciano rodó por el suelo. Satisfecho con la lección que acababa de dar al anciano, el agresivo luchador dejó allí el cuerpo inanimado del viejo que había osado resistírsele. Cuando el agresor se alejó, el anciano abrió un ojo y luego otro. Torpemente se levantó, se sacudió el polvo y continuó su camino tranquilamente.
Los días fueron pasando y el luchador cada vez se sentía menos en forma, notando un gran malestar en su cuerpo que se tornaba cada vez más débil; tenía problemas de respiración y la cabeza le dolía frecuentemente. Un día sintió tales escalofríos acompañados de fiebre, que tuvo que quedarse en la cama ya que no tenía fuerzas para moverse y apenas podía hablar. Después de haber meditado largamente sobre la razón de su malestar y debilidad, sólo halló una explicación probable: el ligero golpe que le había dado el anciano, sin duda habría tocado algún punto vital (Kyusho), y su efecto se manifestaba ahora.
Comprendiendo finalmente que el anciano le había dado una buena lección, el experto artista marcial advirtió cuán engañosas son las apariencias y cuánto había vivido hasta entonces en la ilusión de su fuerza. Embargado por un verdadero remordimiento, envió a buscar al viejo para pedirle perdón por su falta de respeto y para darle las gracias por haberle abierto los ojos.
El anciano vivía en un pequeño Dojo cercano al pueblo, por lo que no tardó en llegar. El mismo anciano decidió curarle, impresionado por el sincero arrepentimiento que mostraba. Así, tras varias sesiones de masaje, acupuntura y un tratamiento de hierbas medicinales, el luchador pudo ponerse en pie y recuperó sus fuerzas; entonces suplicó humildemente al anciano que lo aceptara como su alumno, poseído por una verdadera necesidad de aprender.