Un artesano de Edo se ganaba la
vida grabando en su tienda los objetos que le llevaban. Con más de cuarenta años, conservaba un cuerpo fuerte y poderoso que le daba una apariencia temible.
Un hombre, que no parecía tener más de treinta años,
entró un día en su tienda para encargarle un grabado. El hombre era grande, de aspecto gallardo,
pero eran sobre todo sus ojos los que atraían la atención. Sin embargo, su mirada fascinante como la del
águila expresaba ese día una
profunda tristeza. El artesano
no tardó en preguntarle:
- Perdone mi curiosidad señor, pero ¿no es usted
Matsunaga, el célebre profesor de Ju-jutsu?
- Sí, en efecto, ¿por qué?
- Estaba seguro de ello, exclamó el grabador, mire,
hace mucho tiempo que espero poder tomar lecciones de Ju-jutsu con usted.
- Imposible, ya no enseño. Ni siquiera quiero oír hablar de Ju-jutsu -tal
fue la pasmosa respuesta de Matsunaga.
- No comprendo.
Usted es sin embargo el instructor de artes marciales del jefe del clan.
- Lo era.
Precisamente el jefe del clan es el que me ha quitado las ganas de
enseñar.
- Pero usted es uno de los mejores profesores del
país. No comprendo.
- Sin embargo es simple.
El jefe del clan tiene enormes defectos en su práctica. Su vanidad le impide reconocerlos y su
negligencia corregirlos. Yo no sabía que
hacer con él. La última vez le pedí que
me atacara con el fin de corregir sus defectos.
Me atacó, lo cual no habría hecho un principiante, con un salto y una
patada. Le cogí en pleno vuelo y cayó
rodando al suelo, casi desmayado. Así es
como he perdido mi empleo.
- Ya me doy cuenta... Pero no se preocupe, seguramente
volverá a tomarle a su servicio.
Difícilmente podrá encontrar un instructor mejor que usted.
- No creo que quiera perdonarme. De todas maneras, he decidido no enseñar más.
- Eso es estúpido. Usted debería saber que hay altos y bajos en la vida. Además tengo la firme intención de tomar
lecciones con usted.
- No cuente conmigo -cortó secamente Matsunaga-, y
además, un experto como usted no necesita recibir lecciones.
Efectivamente, el grabador era también un experto de
gran renombre.
- ¿Y usted que sabe? -insistió el grabador-. Tiene quizá mucho que enseñarme.
- ¡Empieza usted a irritarme seriamente! -exclamó
Matsunaga.
- ¡Bueno, ya que no acepta el darme lecciones, al menos
me acordará usted un combate!
- ¿Cómo? ¿Se encuentra usted bien?
- ¡No me diga que tiene miedo... ! ¡Tenga por seguro que
no será tan fácil hacerme morder el polvo como al jefe del clan!
- Parece ser que usted es muy fuerte, pero ¿no cree que
está jugando un juego peligroso? ¿Ha pensado en los riesgos de un combate que
se desarrolla entre la vida y la muerte? ¡Conoce sin duda el viejo proverbio
que dice que cuando dos tigres combaten, uno saldrá herido, el otro muerto!
- Acepto el riesgo ¿y usted?
- Cuando usted quiera -respondió Matsunaga.
A la mañana siguiente, a las primeras luces del alba,
los dos hombres se enfrentaron cara a cara en un campo aislado.
El grabador se
puso en guardia, de tal manera que no ofreció ninguna abertura. Por el contrario, Matsunaga tomó una posición
natural (shizen tai), con los brazos
colgando a lo largo del cuerpo. ¿Se había vuelto loco? ¿Por qué se mantenía en
una postura tan vulnerable? La pregunta
no esperó la respuesta . El artesano se preparó para pasar rápidamente al
ataque.
Lentamente, con
precaución, avanzó hacia su adversario que no movió un dedo. De pronto, en el mismo momento en el que iba
a saltar, el grabador cayó hacia atrás, como empujado por una fuerza terrible.
Matsunaga no
había esbozado ni un solo gesto. Aún
estaba ahí, con los brazos colgando. Sobre la frente del grabador surgieron
gotas de sudor cuando levantó su cabeza que se había vuelto lívida e intentó
ponerse de pie. ¿Qué le había sucedido? Le parecía haber sido derribado por la mirada insostenible que le había
lanzado Matsunaga, mirada que lo había alcanzado hasta lo más profundo de sus
entrañas. ¿Era posible? El pobre
artesano no salía de su asombro. Pero no
podía abandonar el combate, su honor esta en juego. Volvió a ponerse en guardia y avanzó. Apenas
había dado algunos pasos se detuvo, incapaz de ir más lejos. Fascinado por la mirada de Matsunaga se
encontraba como preso en una trampa, como vaciado de su espíritu de lucha.
No podía quitar
los ojos de su adversario. Intentando
romper esta fascinación, el grabador lanzó un grito, un kiai con lo que le quedaba de energía... Sin efecto. Los ojos de Matsunaga ni siquiera
pestañearon. El artesano, desesperado,
bajó su guardia y comenzó a retroceder.
- Ya es hora de que pase al ataque de otra manera que
gritando -le dijo Matsunaga sonriendo.
- Es increíble. Esto me supera totalmente. Yo que
nunca he perdido un solo combate... ¡Pero que más da! Alguna vez tendría que ser. Más vale morir antes de perder el honor -murmuró
el grabador antes de lanzarse a su ataque suicida.
Pero ni siquiera tuvo tiempo de ejecutar su
movimiento. Su impulso fue detenido en
seco por un kiai de Matsunaga, un
grito fantástico surgido de las profundidades del ser, de otro mundo.
Gimiendo en el
suelo, como paralizado, el artesano balbuceó varias veces las mismas palabras
antes de que se le pudiera comprender:
-¡Abandono... me rindo... ! - Después giró penosamente
la cabeza hacia su vencedor y declaró con lástima: - ¡Qué insensato he sido al
provocarle! Mi nivel es ridículo al lado
del suyo.
- No lo creo -respondió Matsunaga-, estoy seguro de que
usted tiene un excelente nivel. Creo que
en otras condiciones yo habría sido vencido.
- No intente consolarme. He perdido todas mis fuerzas nada más que sintiendo como su mirada me
traspasaba.
- Es posible -explicó Matsunaga-, pero creo que la razón
es la siguiente: usted estaba decidido a ganar. Yo estaba totalmente determinado a morir si perdía. Esa es toda la diferencia entre
nosotros. Ayer, cuando entré en su
tienda, estaba completamente absorto por mi melancolía, por mis disgustos con
el jefe del clan. Estas inquietudes
desaparecieron cuando usted me provocó.
Me di cuenta de que no eran más que pequeños detalles sin importancia
real. Su desafío me ha vuelto a poner de
cara a lo que realmente importa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario