Jigoro Kano (1860-1938)
En 1882, el profesor Jigoro Kano fundó el Kodokan en el que se impartía una enseñanza integral que buscaba la perfección del ser humano en el ámbito físico, técnico, mental y moral.
Según Jigoro Kano, el ser humano ideal debía saber:
- Conservar la salud y las facultades físicas.
"Solamente por medio de la ayuda y las concesiones mutuas, un organismo que agrupe individuos en número grande o pequeño puede encontrar su plena armonía y realizar serios progresos"
El fundador del Judo estaba convencido de que "Jita kyoei" era el mejor camino para la armonía y el progreso en esta disciplina y en la vida en sociedad. Al observar como se aprenden las técnicas nos damos cuenta de que es imprescindible la ayuda y colaboración del compañero de entrenamiento, en cuyo aprendizaje se alternan los roles de atacante y defensor.
Este principio, aplicable tanto en el judo como en la vida diaria, supone un necesario respeto hacia el oponente, hacia el contrincante. El adversario no debe ser nunca considerado un enemigo, porque el adversario es precisamente un compañero necesario para el progreso. Gracias a él podemos mejorar nuestra técnica, nuestra habilidad, al tiempo que él también progresa.
Tanto en el Judo como en la vida diaria, sólo dando y recibiendo, apoyando y siendo apoyados, tirando y cayendo, podemos avanzar y triunfar. Por eso, decía el maestro Kano que el hombre egoísta, aquél que sólo quiere recibir sin dar nada a cambio, no obra en armonía con el principio de "Jita Kyoei" y, más tarde o más temprano, se verá aislado de sus semejantes e imposibilitado para avanzar.
A continuación un cuento que ilustra perfectamente el concepto de "Jita kyoei":
"Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí, vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos, a cual más apetitoso y exquisito. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado: Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.
Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares. En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada; todos los presentes lucían un semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que, allí, en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente".
Según Jigoro Kano, el ser humano ideal debía saber:
- Conservar la salud y las facultades físicas.
- Vivir conservando una conducta recta.
- Ser solidario y útil a la sociedad.
- Tener voluntad y coraje para superar los obstáculos.
- Ser trabajador y estudioso para progresar.
"Solamente por medio de la ayuda y las concesiones mutuas, un organismo que agrupe individuos en número grande o pequeño puede encontrar su plena armonía y realizar serios progresos"
El fundador del Judo estaba convencido de que "Jita kyoei" era el mejor camino para la armonía y el progreso en esta disciplina y en la vida en sociedad. Al observar como se aprenden las técnicas nos damos cuenta de que es imprescindible la ayuda y colaboración del compañero de entrenamiento, en cuyo aprendizaje se alternan los roles de atacante y defensor.
Tanto en el Judo como en la vida diaria, sólo dando y recibiendo, apoyando y siendo apoyados, tirando y cayendo, podemos avanzar y triunfar. Por eso, decía el maestro Kano que el hombre egoísta, aquél que sólo quiere recibir sin dar nada a cambio, no obra en armonía con el principio de "Jita Kyoei" y, más tarde o más temprano, se verá aislado de sus semejantes e imposibilitado para avanzar.
A continuación un cuento que ilustra perfectamente el concepto de "Jita kyoei":
"Cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí, vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos, a cual más apetitoso y exquisito. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado: Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.
Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares. En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada; todos los presentes lucían un semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que, allí, en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente".
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