sábado, 28 de mayo de 2011

SHIN - Las apariencias engañan

"Cuando Muchyo alcanzó la adolescencia era un muchacho fornido e impetuoso. Su familia no era precisamente pobre, pues regentaban una próspera tienda textil en la ciudad costera de Fukitosu. Pero Muchyo creció en los barrios del puerto, entre bandas juveniles; se pasaba el día enredado en gamberradas y altercados".

La familia de Muchyo ya estaba desesperada, ni los consejos, ni las reprimendas, ni las amenazas surtían efecto en el muchacho. Cuanto más reprimido era, pues su padre tenía una "mano de hierro", con más fuerza reaccionaba. Con apenas 17 años era todo un experto en la lucha callejera, un pequeño camorrista. Se sacaba algún dinero haciendo de matón, se encargaba de intimidar a morosos para que devolvieran sus deudas a un mafioso local. 

  En cierta ocasión salió con Teruo y Nigiyen, dos amigos suyos, a reclamar una deuda a un anciano del vecindario llamado Tasei, un trabajador aparentemente rápido y sencillo. Llamaron a la puerta de la humilde morada, y un enclenque viejecito los recibió. Teruo le informó con rudeza que venían a cobrar las 165 piezas que debía. El anciano respondió tranquilamente que el préstamo había sido de 135 piezas, y que eso era lo que les iba a pagar. Teuro le agarró de la solapa de la camisa y le grito: "¡Viejo, son 165 piezas: las 135 prestadas más 30 piezas por los intereses!" Tasei respondió con extraña suavidad: "Disculpa muchacho, pero yo voy a devolver lo que me prestaron, es decir, 135 piezas. No voy a dar ni una pieza para mantener a usureros que viven de la miseria de los demás…".

  Los tres matones se quedaron asombrados boquiabiertos por la osadía del anciano. Muchyo fue el primero en reaccionar, apremiando con impaciencia: "Este viejo chochea. Teruo dale un par de puñetazos para que entienda de que se trata…" Teruo levantó su manaza y… salió disparado hacia atrás. Tasei le había desequilibrado mediante una rápida luxación de muñeca. Nigiyen se abalanzó sobre el anciano, pero cuando llegó éste se había apartado y con una hábil zancadilla mandó al matón escaleras abajo. Entonces Muchyo lanzó un rápido puñetazo hacia su mentón, pero el golpe impactó en la pared mientras el muchacho recibía un fuerte rodillazo en los testículos que le hizo morder el suelo. 

 Cuando Teruo, que se había incorporado, intento estrangular al anciano, recibió un potente puntapié en el muslo que le arrancó un alarido. Nigiyen y Teruo huyeron cojeando y escupiendo sangre, mientras Muchyo aún se retorcía en silencio a los pies del extraordinario viejecito. Antes de cerrar la puerta, Tasei dejó caer 130 piezas, miró al muchacho con cierta compasión y le dijo: "Si algo has de aprender de este encuentro es que, amigo mío, las apariencias engañan". 

  Durante unos días Muchyo no fue a "trabajar", pues se sentía tremendamente humillado. Estuvo dando vueltas al extraño encuentro que había vivido, y decidió que quería que Tasei le enseñara a luchar, aunque tuviera para ello que cambiar de vida. Los primeros contactos fueron fallidos, pero, tras meses de insistencia el testarudo muchacho logró que Tasei le invitara a tomar el té. Finalmente el anciano reconoció ser maestro de Judo y decidió ponerle a prueba.

  El joven abandonó su existencia mafiosa y se dedicó en cuerpo y alma al estudio y práctica del Judo, con tal pasión que, tras unos pocos meses, el maestro Tasei decidió adoptarle como alumno. Un año después Tasei anunció a Muchyo que tenía que mudarse a otra ciudad por razones familiares, éste decidió acompañar a su maestro. Una mañana bajaron al mercadillo para vender algunas pertenencias de Tasei. Entre éstas destacaba una magnifica máquina de hilar demasiado pesada como para acompañarles en el viaje.
 
  Un rudo y desaliñado personaje, llamado Chenjo, enseguida se interesó por la máquina. Hombre de pocas palabras, y de aspecto un tanto feroz debido a su larga cabellera y su poca cuidada barba, Chenjo meditaba largamente sobre la conveniencia de la adquisición, manipulando con sus manazas diferentes partes de la maquina hiladora. Cuando parecía que por fin se iba a decidir a comprarla, apareció de repente otro interesado; Miye, un aristocrático joven, esbelto e impecablemente vestido. Miye comenzó a alabar el valor y finura de la maquina, mientras miraba con evidente desprecio a Chenjo. "Amigos" –dijo Miye con una sonrisa, "es evidente que este pordiosero no les va a pagar. Yo en cambio, les daré 100 piezas más de las que pidan por esta magnífica máquina…" Mientras, Chenjo tartamudeaba que sí que iba a pagar, entre su pelo erizado su cara enrojecida, estaba montando en cólera por momentos. Tasei miró a Muchyo, indicándole que él tenía que decidir a cual de los dos iban a vendérsela. El muchacho dudo unos instantes, y dijo: "Es suya señor Chenjo." El aristócrata Miye, sorprendido se marcho airado, no sin antes dirigirles una mirada de profundo desprecio. Chenjo les pagó en metálico y les invitó a su humilde granja a tomar un té. Días después se enteraron que Miye había sido arrestado por estafa y hurtos.

Tasei sonrió y comenzó a decir: "¡Las apariencias…"

"… engañan!" respondió Muchyo riendo.

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