Un estudiante de Judo cansado llegó a la orilla de un río. No había un puente por el cual se pudiera cruzar. Era invierno y la superficie del río se hallaba congelada. Oscurecía y deseaba llegar pronto al Dojo que se encontraba a poca distancia del río, mientras hubiera suficiente luz para distinguir el camino. Llegó a preguntarse si el hielo sería lo suficientemente fuerte para soportar su peso.
Como viajaba solo y no había nadie más en los alrededores, una fractura y caída en el río helado significaría la muerte; pero quedarse en ese hostil paraje representaba también el peligro de morir por hipotermia. Por fin, después de muchos titubeos y miedos, se arrodilló y comenzó, muy cauteloso, a arrastrase por encima del hielo. Pensaba que, al distribuir el peso de su cuerpo sobre una mayor superficie, sería menos probable que el hielo se quebrara bajo su peso.
Después de haber recorrido la mitad del trayecto en esta forma lenta y dolorosa, de pronto escuchó el sonido de una canción detrás de sí. De la noche salió un carruaje tirado por cuatro caballos, lleno de carbón y conducido por un hombre que cantaba con alegría mientras iba en su despreocupado camino. Allí se encontraba nuestro cauteloso viajero. Arrastrándose con manos y pies, mientras, a su lado, como un viento invernal, pasó el conductor con su carruaje, caballos y pesada carga... ¡por el mismo río!
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