sábado, 20 de febrero de 2010

SHIN - La muerte del maestro Kano

  Por el Sr. K. Hirasawa (Ministro de Asuntos Exteriores)

Tomado de Judo International, ed. Henri Plée, París, 1950, páginas 3-4. Copyright © 2000. Todos los derechos reservados.

  Fue el primero de mayo [de 1938]. El tiempo era bueno, aunque el viento era un poco fuerte para la hora del día. Por primera vez el Sr. Kano no bajó al comedor, entonces muy preocupado le pregunté al capitán [del Hikawa Maru] por qué el Sr. Kano no estaba allí. Él me respondió: "Su temperatura es de 39 grados [Celsius; 102 F.] y está en la cama".

Estábamos preocupados porque era muy viejo.

  Me encontraba en el pasillo cuando oí al señor Kano diciendo, “No, yo no soy viejo”. Él bajó al comedor a las 10.30 horas y estuvo tratando, sin éxito, de comer su desayuno. [La marina japonesa y la marina mercante utilizaban entonces la hora de Tokio en lugar de la hora media de Greenwich hasta después de la Segunda Guerra Mundial, por lo que la hora local habría sido alrededor de las 7:30 a.m]

  Cuando bajé al comedor, sólo había preparados cuatro cubiertos allí, y me pregunté: “¿bajará el señor Kano esta noche? porque yo no veía preparado su lugar previsto. El capitán respondió: "Él es muy obstinado. Está absolutamente decidido a venir. "

  Habíamos comenzado la comida, cuando el señor Kano llegó apoyado por un mayordomo. Él estaba mucho más débil que la noche anterior. Su rostro estaba pálido, y dijo: "Hace frío". Sus piernas parecían débiles, y se sentó en su asiento. Tenía escalofríos. Se comió un pedazo de sukiyaki, otro de carne, y bebió una taza de sake. De inmediato se sintió indispuesto y le dijo al camarero que le trajera un tazón. Él demostró tener una gran paciencia, y tan conmovedora fue su valentía que yo apenas me atrevía a mirarlo.

  Mientras el capitán y el ingeniero jefe hablaban de la batalla aérea sobre Hankow en China, el Sr. Nakai nos preguntó sobre la conferencia de El Cairo. Le pregunté entonces al señor Kano si podía oírnos, porque parecía disperso y muy enfermo.

  Comió un poco de arroz, y bebió dolorosamente un poco de sake, porque sus manos temblaban. El mayordomo le aconsejó muchas veces volver a su habitación, pero él siempre respondió: "No. Todavía no". Se mantuvo casi hasta el final de la comida y se fue acompañado por el mayordomo.

  Estábamos muy angustiados, porque realmente había desgastado sus energías demasiado para estar presente en nuestra reunión.

  Al día siguiente, su mesa no estaba puesta. Estábamos un poco más tranquilos al ver que había cambiado de planes y le llevaban la comida a su habitación, pero pronto nos enteramos de que había sido el mayordomo el que le había convencido para no salir de su habitación.

  El día 2 de mayo, su fiebre se había elevado a 40 grados Celsius [104 F.]. El médico colocó sobre su pecho cataplasmas para prevenir la neumonía, y lo hizo de la forma más delicada posible.

Entonces enviamos un telegrama a Tokio, diciendo que él estaba muy enfermo.

  Gracias a los cuidados que se le dispensaron su temperatura descendió a 38 grados Celsius al día siguiente, y todos esperábamos que no fuera a cambiar antes de llegar a Yokohama.

  En la tarde del tres de mayo, tuvimos una fiesta para los pasajeros en la cual el doctor permaneció solo por un momento. No pensé que eso significaba algo muy importante. Nadie se divirtió mucho, el capitán se fue a la cama temprano, y nos separamos alrededor de la medianoche para volver a nuestras habitaciones. Me percaté de que el mayordomo estaba sentado delante de la puerta de la cabina del Sr. Kano, así que pensé que tal vez el doctor estaba allí. Sin pensar que se trataba de algo serio, me fui a dormir al camarote contiguo, en el momento en que el Sr. Kano estaba empezando a morir.

  Por la mañana, como de costumbre, fui alrededor de las 8:30 horas [hora de Tokio] a desayunar, entonces me encontré con el sobrecargo, el cual me dijo: “el Sr. Kano ha muerto”. No se pueden imaginar cómo estaba de atónito. Yo no sabía qué hacer. Los ojos del capitán estaban rojos, no se había afeitado, y todo el mundo estaba en silencio.

  Yo les oí decir que el señor Kano había muerto como si estuviera dormido, tranquilo y en paz, enfermo de neumonía a las 6:33 de la mañana.

  Mientras tanto, su cuerpo yacía en la cabina de al lado. Yo no sabía nada de los Juegos Olímpicos que tendrían lugar en Tokio, porque el viajaba solo. No sé por qué, pero parecía tener demasiado trabajo para ser un simple delegado.

Murió tan sólo dos días antes de llegar a Yokohama.

  Tuve la rara fortuna de pasar los últimos once días con el Sr. Kano, y espero que los inmensos servicios que prestó a Japón y al mundo en general con devoción incansable sean siempre recordados.

Nota del editor: Hikawa Maru sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y actualmente es un restaurante flotante en Yokohama.


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